¿Qué es EMDR?
EMDR son las siglas en inglés de Eye Movement Desensitization and Reprocessing (o en español: Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares). Es un abordaje psicoterapéutico avalado por la OMS y numerosas guías clínicas para trabajar traumas y experiencias difíciles que siguen “atascadas” en nuestro sistema nervioso. Suele ser, entre otras cosas, el tratamiento de elección en los casos de estrés postraumático o trauma complejo.
En lugar de limitarnos a hablar de lo ocurrido, EMDR estimula bilateralmente el cerebro con movimientos de ojos, suaves golpecitos (lo que llamamos «tapping») o sonidos alternos para que la información dolorosa se reprocese y pierda la carga emocional que hoy genera ansiedad, bloqueo o desconexión.
¿Cómo funciona EMDR en el cerebro… y en el cuerpo?
Imagina que tu mente es un archivador: cada vivencia debería guardarse ordenada. Cuando suceden determinados eventos en nuestra vida que nos generan cierto impacto (lo que solemos llamar «trauma»), esos “papeles” quedan desperdigados: imágenes, sensaciones y emociones que se activan una y otra vez (flashbacks, angustia, somatizaciones).
La estimulación bilateral de EMDR reactiva el sistema natural de procesamiento (muy similar a lo que hacemos en la fase REM del sueño). Así, el cerebro integra la memoria: la historia sigue allí, pero ya no duele ni te domina. EMDR pretende dos objetivos en cuanto a las experiencias impactantes: por un lado, que el recuerdo perturbador ya no genere ninguna sensación y, por otro lado, que el cerebro aprenda que ya no se encuentra en el mismo sitio y que ahora puede actuar de manera diferente.
El cuerpo también lo experimenta: disminuyen la tensión muscular, la hipervigilancia y los síntomas psicosomáticos; aparece una sensación de alivio y reconexión interna. Este proceso lo realizamos en consulta y notarás que, de manera muy natural, tu sistema se irá calmando.

¿Qué es el trauma y cómo lo entiende EMDR?
Cuando hablamos de trauma, no nos referimos solo a grandes acontecimientos como accidentes, abusos o pérdidas importantes. El trauma también puede estar en situaciones más sutiles, como crecer sintiéndote poco visto, experimentar mucha exigencia, vivir una ruptura dolorosa, o haber sentido que “no era seguro ser tú”.
El trauma no es lo que pasó, sino lo que quedó dentro de ti sin poder procesarse bien. A veces se manifiesta en forma de ansiedad, inseguridad, bloqueos, tristeza profunda, desconexión del cuerpo o dificultad para confiar.
EMDR trabaja desde la base de que muchas de esas heridas generan creencias negativas sobre uno mismo, que se instalan muy profundo. No siempre lo traumático es objetivamente lo que pasó en sí, sino lo que necesitó tu cerebro aprender sobre ti para sobrevivir.
Algunas de las creencias negativas que utilizamos en EMDR más comunes son:
— No soy suficiente
— Es mi culpa
— Estoy roto/a
— No puedo confiar en nadie
— No valgo
— Estoy en peligro
Estas creencias no son verdades: son conclusiones que tu mente sacó en un momento de dolor, como una forma de protegerte.
En la terapia EMDR, no intentamos cambiarlas con frases bonitas o lógicas. Lo que hacemos es ir al origen emocional de esa creencia y desbloquearla desde dentro. Cuando eso ocurre, de forma natural aparecen nuevas creencias más amables y reales, como “hice lo mejor que pude” o “ahora estoy a salvo”.
¿Por qué se produce el trauma?
Como he mencionado en el apartado anterior, el trauma no es solo lo que ocurrió, sino cómo lo vivió tu sistema nervioso en ese momento. Cuando pasamos por una experiencia que nos sobrepasa, que no podemos entender, expresar o procesar, el cerebro activa sus mecanismos de defensa para sobrevivir: lucha, huida, congelación o desconexión. Normalmente esto suele suceder en infancia y adolescencia porque, por una parte, dependemos del cuidado de otros para sobrevivir, y por otra, porque nuestro cerebro no tiene aún la capacidad de entendimiento que tiene un adulto para hacer un aprendizaje funcional.
Esto es algo sabio. El cerebro hace lo que puede con lo que tiene. Pero si esa experiencia no llega a “digerirse” del todo, se queda bloqueada en el sistema como si fuera una herida emocional sin cerrar.
Imagina que te haces una herida profunda y no puedes limpiarla ni curarla bien. Con el tiempo puede infectarse, molestar, doler cada vez que alguien la toca. Eso pasa con el trauma. Lo que ocurrió queda ahí, como una herida mal curada que el cuerpo y la mente intentan evitar, pero que sigue afectando a tu día a día.
La terapia EMDR no borra lo que pasó, pero permite que la herida pueda cerrarse de forma saludable. Después del proceso, muchas personas describen que aún recuerdan lo que vivieron, pero ya no duele. Es como una cicatriz: la miras, sabes que pasó algo importante, pero ya no se abre, no escuece, no determina tu presente.
Y eso es parte de sanar desde dentro: permitir que tu historia se integre, sin que siga atrapándote.

¿Para quién está indicada esta terapia?
—Trauma complejo e histórico (infancia, adolescencia, relaciones abusivas).
—Ansiedad, ataques de pánico, fobias o desregulación emocional.
—Experiencias médicas o accidentes que aún generan miedo.
—Duelo complicado o rupturas sentimentales difíciles de elaborar.
—Dolor sexual (vaginismo, dispareunia) y bloqueos de deseo.
—Síntomas disociativos: “voy con el piloto automático” o “no siento el cuerpo”.
—Patrones que se repiten (elección de parejas, autosabotaje) pese a la terapia hablada.
Si no tienes la certeza de qué te pasa, no te preocupes, porque mi trabajo es ayudarte a identificarlo. Uno de los objetivos de la terapia con EMDR es que la persona consiga tener lo que llamamos «Coherencia». Esto es, simplemente, que puedas aprender a integrar tu historia y que puedas ver e identificar por tus propios medios de dónde vienen tus síntomas, en qué situaciones te «activas», cómo puedes actuar ahora y puedas mirar tu historia con amor y compasión.
¿Qué hace diferente a EMDR de otras terapias?
Va a la raíz: no se trata solo de gestionar el síntoma, sino de reprocesar la experiencia que lo originó.
Cuerpo y emoción participan: trabajamos lo que las palabras no alcanzan.
Proceso natural: la mente no se fuerza, simplemente se le ayuda a hacer lo que quedó pendiente.
Resultados profundos y estables: una vez integrada la memoria, el cambio se mantiene.
¿Cómo puede ayudarte EMDR a reconectar contigo?
—Recuperas la sensación de seguridad interna: el pasado deja de colarse en tu presente.
—Aumenta la autoestima real: ya no vives desde la herida, sino desde tu valía.
—Se reduce la hipervigilancia y aparece más calma corporal.
—Vuelves a estar en el aquí y ahora, con espacio para el disfrute.
—Te permite sanar desde dentro, alineando mente y cuerpo.

¿Cómo es una primera sesión conmigo?
Escucha y seguridad: hablamos de tu historia, ritmos y expectativas.
Mapa de trabajo: identificamos juntos los recuerdos o sensaciones que hoy más te bloquean.
Recursos de regulación: aprendemos técnicas sencillas para que tu sistema nervioso se sienta a salvo antes de reprocesar.
Plan personalizado: te explico con claridad cada paso; avanzamos a tu ritmo y revisamos lo que necesites en el camino.
¿Sientes que este puede ser tu momento?
Sanar no es lineal, pero cada paso cuenta.
Si algo de ti resuena con estas palabras, estaré encantada de acompañarte.
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