¿Por qué no logro sentirme en calma aunque mi vida vaya bien?
Hay personas que, aunque todo parezca ir bien y piensen que deberían sentirse en calma —tienen un trabajo estable, relaciones sanas, un hogar tranquilo— sienten dentro una incomodidad constante. Como si algo malo fuese a pasar. Como si el suelo bajo sus pies no terminara de estar firme. Y lo más desconcertante es que no encuentran una causa concreta. “¿Por qué me siento así si todo está bien?”, se preguntan.
La respuesta suele estar en el cuerpo. En el sistema nervioso. Y, muchas veces, en experiencias pasadas que no fueron del todo digeridas, integradas o acompañadas.
Cuando el cuerpo no registra seguridad
Sentirse insegura/o aunque todo “vaya bien” no es una elección, ni es signo de debilidad. Es una respuesta aprendida profundamente en el cuerpo. Cuando has crecido en entornos donde había inestabilidad, rechazo, desconexión emocional o incluso situaciones más sutiles, tu cuerpo aprende que nunca puede bajar la guardia. Se acostumbra a vivir en un estado de vigilancia, en modo alerta, incluso cuando ya no hay peligro real.
La seguridad, en estos casos, no se siente con los “hechos externos”, porque no fue algo que el cuerpo pudiera registrar como habitual. Por eso, incluso si todo parece estar bien… dentro hay una parte que no lo cree del todo.

No sentirte en calma es una señal, no un defecto
Muchas personas que vienen a consulta se sienten culpables por no poder disfrutar plenamente de su presente, como si hubiese algo mal en ellas. Pero lo cierto es que esa sensación de incomodidad es una señal valiosa: indica que hay partes internas que aún están funcionando con mapas antiguos de peligro y protección.
Esto no significa que estés rota/o. Significa que tu sistema aprendió muy bien a sobrevivir, y ahora necesita aprender algo nuevo: sentirse segura/o. Para un cerebro en alerta, permitirse sentir calma es ponerse en una situación de desprotección que no se puede permitir.
La raíz está en el trauma
El trauma no siempre viene de situaciones extremas. Muchas veces, está en lo cotidiano: en no haber recibido la contención que necesitabas, en haber aprendido que el amor estaba condicionado, en haber tenido que reprimir emociones o cuidar de otros desde muy pequeña/o. A veces, incluso, puede ser con algo tan cotidiano y típico como percibir a nuestra madre excesivamente preocupada por todo, todo el tiempo.
Todo eso enseña al cuerpo a estar en modo supervivencia.
Y cuando el cuerpo vive ahí, la seguridad real —incluso cuando llega— se siente amenazante, extraña, desconcertante. Como si algo estuviese a punto de salir mal.

Sanar es volver a sentir seguridad y calma
La buena noticia es que esto se puede transformar. Con un enfoque terapéutico profundo como el EMDR, vamos al origen de esas sensaciones, y poco a poco, tu cuerpo puede re-aprender que el presente es seguro. Que no estás solo/a. Que ya no tienes que estar en guardia todo el tiempo.
Sanar no es olvidar. Es poder mirar tu historia sin que duela. Es poder quedarte en el ahora sin sentir que algo malo va a pasar. Es encontrar dentro de ti un lugar habitable, amable… y en paz.
Una herida emocional no es un defecto, es una historia no resuelta
Lo que hoy te duele no es una exageración ni una debilidad. Es la forma en que tu sistema aprendió a sobrevivir. Y la buena noticia es que puede aprender a vivir de otra manera: con más conexión, más serenidad y más libertad interna.
¿Te resuena este artículo?
Puede que ya estés listo/a para iniciar un proceso terapéutico que te permita comprenderte mejor y acompañarte con más compasión. Estoy aquí para ayudarte.
Sanar desde dentro es posible.
Pide cita ahora.